Eduardo Galeano: tras la huella de los Tayrona
Recuerdos del corto viaje con el escritor uruguayo, por Mamatoco y Taganga.
Caminábamos las angostas y destapadas calles de Mamatoco, en Santa Marta, cuando Eduardo Galeano se detuvo. Cerró los ojos y comenzó a respirar profundo.
¡Café hecho con leños!
Demoré unos segundos en asimilar lo que me decía.
Claro, le dije. Es café hecho con leña. En un fogón, en el patio.
¿Vos conoces a los dueños de la casa?
¡Claro! Y de inmediato abrí el portón.
Estábamos en Mamatoco, un corregimiento de Santa Marta, donde había pasado parte de mi niñez, feliz, y conocía todas las casas y todos los patios, asegurados por un portón.
¿Quién anda por ahí? Se escuchó una voz ronca, cuando estábamos en el patio.
¡Otro de tus hijos! Sal pronto que quiero tinto bien caliente.
Eran las diez de la mañana de enero de 1983 y Eduardo Galeano, el escritor, periodista e investigador uruguayo, autor de ‘Las venas abiertas de América Latina” había cumplido otro de sus sueños: visitar antiguos territorios de los Tayrona.
Nos habíamos conocido el 2 de diciembre de 1982, en Bogotá. En la capital de la República se celebraba el I Encuentro Nacional de Escritores y Eduardo Galeano era el invitado especial.
Durante el lanzamiento del primer tomo de ‘Memorias del fuego’, en el auditorio ‘León de Greiff’, en la Universidad Nacional, en Bogotá, se celebraba un foro sobre la invasión española a territorios amerindios y, después de mi corta intervención, parafraseando las crónicas de Juan de Castellanos (Elegías de Ilustres Varones de Indias) y parte de los estudios del antropólogo austriaco Gerardo Reichel-Dolmatoff, Eduardo Galeano se interesó en dialogar conmigo.
Un mes después estábamos en Santa Marta, en compañía del escritor atlanticense Martiniano Acosta, profesor y narrador radicado en la capital del Magdalena.
-Dolores, Eduardo, quiere probar tu café.
-Ya voy mijo. Tu sabes que estoy vieja y achacada.
Soltó la carcajada.
A contraluz, en el marco de la inmensa puerta, apareció Dolores, una mamatoquera raizal, bailadora de cumbiamba en torno a San Agatón, el santo patrono del Carnaval en Mamatoco y Taganga.
No bien había aparecido en el patio, cuando se regresó de inmediato, gritándome desde la sala de su casa.
-Hoy no hay tinto mijo- ¿Cómo está tu mamá, Amada? No sé de ella.
Eduardo Galeano me miró incrédulo. ¿Cómo que no hay café? dijo señalando el fogón.
Me tocó ingresar a la casa.
¿Cómo se te ocurre a ti que le voy dar tinto en totuma a ese gringo, ah? No señor.
Me tocó explicarle que Eduardo a pesar de ser alto, mono, de ojos azules, no era gringo, que era un escritor que andaba tras las huellas de los indígenas y que quería escuchar sus historias y tomar tinto hecho en fogón.
En torno al fogón Eduardo Galeano se tomó tres totumas de café y escuchó las más inverosímiles historias de San Agatón, de los marimberos, de Lucho Barranquilla, de brujas, espantos, y de las parrandas en el Salón de Héctor Avendaño.
A Eduardo sólo le brillaban más sus ojos y tomaba notas como un estudiante en labor de campo.
Allí también conoció el achiote, nombrado en las crónicas de Juan de Castellanos, y sus utilidades, hasta que Dolores se puso de pie y le espetó: mire docto, no siga tomando café que después no va a poder dormir. Y tu, (señalándome a mi) vete ya que me toca hacer aseo y lavar, antes que me regañe tu mamá, antes de soltar una sonora carcajada y darnos un abrazo.
Nuestra segunda parada fue en Taganga.
Al llegar, desde la carretera vimos el mar ancho y ajeno.
¡Qué belleza! Exclamó.
Después, una lancha nos llevó hasta Playa Grande, aún virgen y poco visitada. Estaba sola. Solo para los tres.
De pronto, de lo alto apareció, esta vez si, una gringa, alta y esbelta, custodiada por un enano.
Sin pensarlo dos veces, se hicieron a un lado de nosotros, a pesar de la extensa que era la playa.
Todos nos miramos.
Cipote bollo, le dije a Martiniano.
Un fenómeno, exclamó Eduardo.
Al final terminamos dialogando.
La gringa era estudiante de una maestría en Literatura Latinoamericana en una universidad de Bogotá y había escogido para su tesis de grado a tres escritores latinoamericanos: Mario Benedetti, Jorge Luis Borges y Eduardo Galeano.
-No le digáis que soy Galeano-
La pregunta era obligada.
¿Cómo conociste y te enamoraste de estos tres escritores?
La gringa nos contó que su padre había sido agregado militar en Argentina y Uruguay. Ahora prestaba sus servicios en la embajada en Bogotá.
Eduardo Galeano entró en un mutismo. Se crispó. Sus ojos se pusieron rojos. Su rostro fue surcado por la tristeza.
Para exorcizarse se lanzó al mar.
Me di cuenta que había algo que no encajaba. También me zambullí.
-Es que el padre de ella era un asesor de los torturadores de mi país. Fui una de sus víctimas.
El ambiente se hizo tenso. A lo lejos, una legión de alcatraces planeaba sobre nuestras cabezas. Fue un espectáculo maravilloso que disipó las tensiones.
Cuando miramos hacia la playa, la gringa y el enano se despedían. Desandaban el camino por el cerro.
En forma socarrona y siempre acuñando frases con mucho humor, Eduardo Galeano me susurró: ‘Búscala. Si podéis mamártela los pueblos del mundo te lo agradecerán’. Esa frase me quedó grabada para toda la vida.
Dos años después, en el marco de una Feria del Libro en Bogotá, me encontré nuevamente con el escritor. Todas las historias que le había contado Dolores las había recreado en el segundo tomo de ‘’Memorias del fuego’, que ahora presentaba en Bogotá.
Cuando firmaba autógrafos, me le acerqué y le recordé la frase. De inmediato me reconoció.
Después, con nuestro colega y amigo Jorge Cura Amar hicimos planes para viajar a Uruguay y entrevistarlo, pero todo quedó en planes.
En este lunes nos arrugó el alma saber que ha muerto, a los 74 años, víctima de un cáncer de los pulmones, pero conservamos su imagen jovial, vital y siempre acuñando frases de buen humor.
Paz en su tumba!